Mariana Lopez
Mariana López dedica todos sus días a mitigar al menos por un rato el padecimiento de niños con enfermedades terminales. Pese a las críticas y a los obstáculos que suele enfrentar, su objetivo permanece inmutable: cumplir los deseos de estos chicos y acompañarlos durante su tratamiento e internación.
En 2016 una amiga de Mariana sufrió tres ACV en cuatro meses por lo que debió quedar dos meses internada y concurrir diariamente al hospital durante dos años. Mariana la visitó y acompañó todos los días, le hablaba, le leía y también recibía los partes médicos. En una de esas visitas conoció a un grupo de “payasos de hospital” que visitaban a los niños internados. Ese mismo año decidió sumarse a la actividad.
De a poco fue convirtiéndose en una payasa de hospital y sus compañeros la bautizaron “Chicha”. Conoció muchos chicos que pasaban días enteros haciendo tratamientos y se dispuso a llevarles al menos un rato de distracción y alegría cada día.
Chicha es voluntaria en un hospital del barrio de Palermo de la Ciudad de Buenos Aires y en otro de San Isidro, Provincia de Buenos Aires. En ambos lugares acompaña adultos y chicos que reciben tratamientos oncológicos. Dedica media jornada diaria a visitarlos: juegan, cantan, leen cuentos, se disfrazan y algunas veces (a pesar del dolor) se ríen a carcajadas. Con ingenio y mucha imaginación, Mariana invita a los pequeños a sumergirse en el mundo infantil de juegos y sonrisas.
La mayoría de los chicos que Chicha visita viven en el interior del país, en distintas provincias, y se trasladan a Buenos Aires para recibir tratamiento médico. Son acompañados por sus padres y no tienen amigos que los visiten en la ciudad. Mariana asiste a los chicos y también a sus familias: los escucha, los apoya y los ayuda con lo que está a su alcance. Las visitas no terminan cuando se va del hospital porque sigue conectada con ellos vía Whatsapp, le cuentan los partes médicos y el estado de los chicos.
Todas las mañanas se sube al colectivo que la lleva al hospital cargada de bolsas con juguetes, revistas, libros o lo que los nenes le pidan. Se transforma en una custodia de sus deseos y se esfuerza por cumplirlos. Mariana consigue saludos de jugadores de fútbol, visitas de artistas, grabaciones personalizadas de las voces de Disney y otros regalos que sus amiguitos le piden. Dedica tiempo y dinero, además de recibir donaciones de gente que apoya su causa. Pero una de las tareas más difíciles para Mariana es volver a su casa y desviar la mirada por un rato: las caritas de cada uno de sus “guerreros”, como ellas los llama, son tinta permanente en el devenir de sus días. Le cuesta cumplir con sus obligaciones y disfrutar del sol o un rico café sin pensar en las lágrimas que logró desvanecer con un truco de magia o la angustia de una mamá a la que abrazó para contagiarle su energía. Algunas veces, las más difíciles, se trata de seguir con su vida cuando otra se acaba de apagar. Y volver a ser Chicha y soltar chistes y risas y besos y esperanza cuando su corazón está resquebrajado.
Los años y la experiencia le enseñaron que perder a sus guerreros no le quita lo soñado, lo bailado, lo cantado: lo vivido.
En 2018 algunos miembros del plantel médico le pidieron que no visite más a los pacientes porque creían que sólo los profesionales debían acercarse a ellos. Sin embargo, tanto los chicos como sus familias reclamaban la presencia de Mariana que tanto hacía reír y los alegraba. Mariana no se rindió. Guardó su peluca y el disfraz de payasa. Hoy sigue jugando con ellos y los visita como una amiga. Es mucho más que una “payasa”. Ella se sienta a construir castillos y fuertes con bloques, juega con masa, lee una historia y la dibuja junto con los nenes, también lleva juegos de mesa y si las nenas se lo piden juega con las muñecas. No les lleva un espectáculo, se pone a la par de ellos.
Ya son más de 100 personas, la mayoría niños pero también algunos adultos, las que Mariana conoció, acompañó y asistió. Aunque le pongan trabas, aunque resigne gustos personales para destinar plata a comprar las cosas que los chicos le piden, ella sigue adelante, levantando su cabeza para ayudarlos.
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Mariana López dedicates her time to temporarily alleviating the suffering of terminally-ill children. In spite of being criticisedand the obstacles she frequently encounters, her goal has remained clear: to fulfil those children’s wishes and to support them during their treatment and hospitalisation.
In 2016, a friend of Mariana’s suffered three strokes in four months. As a result, she was hospitalised for two months and she had to go to hospital every day for two years. Mariana used to visit her and stay with her every day: they talked, and Mariana read to her and also received updates about her friend’s health from doctors. During one of those visits, she met a group of “hospital clowns” who were visiting hospitalised children. That same year she decided to take up the activity.
Little by little, she became a hospital clown and her clown partners started calling her “Chicha”. She met a lot of children who were undergoing medical treatments day and night so she decided to set her heart on bringing them a little bit of entertainment and joy every day, at least for a little while.
Chicha does volunteer work at a hospital in the neighbourhood of Palermo, in the City of Buenos Aires, and in another one in San Isidro, located in the Province of Buenos Aires. In both places, she accompanies children and adults who are receiving oncological treatment. She volunteers part-time on a daily basis: they play, they sing, read stories, dress up and, despite the pain, they sometimes laugh heartily. With wit and a lot of imagination, Mariana invites those little kids to be part of the world of children, full of games and smiles.
Most of the children Chicha visits live in the provinces and they temporarily move to Buenos Aires to seek treatment. They are accompanied by their parents and they don’t usually have any friends who can come round during their stay in the city. Not only does Mariana assist these children, but she also helps their families: she listens to them, gives them her emotional support and helps them in any way she can. Visits don’t come to an end when she leaves the hospital because she keeps in touch via Whatsapp, getting updates about treatments and the children’s condition.
Every morning, she gets on the bus that takes her to hospital carrying a big bag full of toys, magazines, books or whatever the kids ask her to get. She grants their wishes, working hard to make them come true. She gets shoutouts from football players, artists to visit the hospital, and personalized voice recordings by Disney characters as well as other presents that her little friends request. She spends her time and her money, in addition to receiving donations from people who support her cause. But one of the most difficult tasks for Mariana is to come back home and divert her attention away for some time: her warriors’faces, as she calls them, are forever ingrained in her mind. It is hard for her to carry out her own duties and enjoy the sunshine or a nice coffee without thinking about the tears she managed to dry with a magic trick or the anguish she was able to relieve in a mother by hugging her to share her energy. On occasions, the most difficult ones, she has to carry on with her life when another one has just been lost. And she has to turn into Chicha again and tell jokes and laugh, and give kisses and hope when her heart is still aching.
Time and experience have taught her that losing her warriors doesn’t take away from her what she has experienced with them: all those songs, all those dances and all those dreams.
In 2018, some hospital workers asked her not to visit patients anymore because they believed that only professionals should be with them. However, both children and their families demanded Mariana’s presence, which made them laugh and brighten their spirits so much. She didn’t give up. She put her wig and her clown costume away. Nowadays, she continues playing with them and comes round the hospital as a friend. She’s so much more than just a “clown”. She sits down with the children to make castles and fortresses with plastic bricks, plays with modelling clay, reads them stories and draws pictures with the boys, she takes board games with her and if the girls ask her to do so, she also plays with dolls. She doesn’t deliver a performance; she is on their same level.
Mariana has met, accompanied and assisted more than a hundred people, most of them children but also some adults. Notwithstanding the obstacles and the comforts she has had to give up in order to save money to buy the things the children want, she carries on, sticking her neck out to help them.