Sergio Nuñez
Sergio Núñez es un trabajador de la construcción. Vive en Tandil, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Desde 2016 lleva adelante, en forma voluntaria, un programa que intenta alejar del delito a chicos menores de edad.
Sergio vive con sus cuatro hijos y su esposa en el barrio Villa Italia. En el barrio convive con jóvenes en situación de riesgo, muchos de los cuales participan de situaciones violentas que terminan afectando a toda la comunidad. Un día le tocó al hijo mayor de Sergio. Como es grandote y tiene fuerza, lo querían convencer para que se una a esos grupos y lo acosaban muy seguido, pero él se negaba a formar parte. Una tarde Sergio lo encontró tirado en la calle, ensangrentado, golpeado e inconsciente.
Todos conocían a los agresores y lo primero que Sergio pensó fue vengarse, pero decidió cortar el círculo de violencia. Vio las cosas desde otro ángulo: entendió que a esos chicos les faltaban oportunidades, les faltaba familia. Pensó en cómo ayudarlos, con lo que sabía hacer: ser padre y trabajador. Entonces armó la bicicletería solidaria. La puso en su propio taller, ahí, en el barrio, con sus propias herramientas e invitó a los agresores de su hijo y a otros chicos del barrio a unirse.
En un primer momento su familia se resistió: no entendían cómo transformar esa
bronca en otra cosa. La primera en aceptar que la idea de Sergio era acertada fue su
esposa. En cambio, al hijo mayor le parecía una locura ayudar a quienes lo habían
lastimado. Se enojó mucho con su papá y hasta se fue de la casa. Sergio lo fue a buscar e insistió. Finalmente lo convenció.
Con la ayuda de su esposa, sus hijos y varias personas de la comunidad, puso en marcha el taller. Pidió a los vecinos que le donaran bicicletas en desuso para que los chicos las arreglen y luego las vendan. Armó un grupo de contención, un espacio para charlar y hacer amigos, además de enseñar oficios. Con el tiempo incorporó una capacitación en carpintería donde los chicos aprenden a armar mesas y sillones.
Muchos de esos jóvenes vienen de familias desmembradas, contextos de violencia y situación de calle. Sergio les abrió las puertas de su casa y allí comenzó el taller, en el patio. Les sirve la merienda, los ayuda con las tareas del colegio y les enseña la cultura del trabajo, pero hay reglas que deben cumplir: para mantenerse en el programa no pueden involucrarse en conflictos con la ley, deben mantener la escolaridad y no pueden faltar a las capacitaciones que les ofrece.
El primer año del taller demandó mucho esfuerzo. Sergio enfrentó amenazas y denuncias, decían que el taller era ilegal, que no estaba reglamentado, pero él quería ayudar a los chicos así que siguió adelante hasta conseguir el apoyo de la Secretaría de Protección Ciudadana de la Municipalidad de Tandil y de la Unidad Funcional de Instrucción Nro. 18. Algunos de ellos robaban para adultos y eso también generó amenazas en contra de Sergio. Pero tampoco bajó los brazos.
Los mismos chicos que antes se juntaban en las esquinas y quedaban expuestos a situaciones de total vulnerabilidad hoy llenan el taller que ya tiene su espacio propio, fuera de la casa de Sergio. Las denuncias por conflictos con menores disminuyeron notablemente en el barrio.
Cada día cuando termina de trabajar, Sergio destina su tiempo a llevar adelante la bicicletería y carpintería comunitarias, convencido de que con su aporte ayuda a muchos chicos en situación de riesgo, les brinda nuevas oportunidades. Además, recibe el apoyo de UNICEF y se unió a la agrupación Víctimas por la Paz (VxP), un espacio promocionado por la Asociación Pensamiento Penal (APP), que nuclea a personas que sufrieron hechos de violencia de distinta intensidad y que al igual que Sergio coinciden en que la solución a los conflictos de esa índole no es el endurecimiento de la ley penal, la restricción de derechos y libertades y el encarcelamiento indiscriminado.
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Sergio Núñez is a construction worker. He lives in Tandil, Buenos Aires Province, Argentina. Since 2016, he has voluntarily developed a programme that seeks to divert youngsters away from crime.
Sergio lives in Villa Italia together with his wife and four children. They share their neighbourhood with at-risk youngsters, many of whom are involved in violence that ends up affecting the whole community. One day it was Sergio’s eldest son who fell victim to this violence. Owing to the fact that he was a strong boy, they wanted to convince him to join their group, harassing him continuously. But he refused to join up with them. One afternoon Sergio found him in a bundle in the street, bloody, beaten and unconscious.
Everyone knew his attackers, and the first thing that Sergio thought of was revenge. But he decided to cut the cycle of violence. He saw things from a different angle: he understood that these youngsters lacked opportunities and lacked family. He thought about how he could help them, using what he knew best: being a father and a worker. So he set up a solidarity bicycle workshop. He did so in his own workshop, there in the neighbourhood, with his own tools, and he invited his son’s attackers and other youngsters from the neighbourhood to join him.
At first his family resisted: they didn’t understand how to transform their anger into something else. The first person to accept that Sergio had the right idea was his wife. In contrast, helping those who had hurt him seemed like madness to his oldest son. He was so angry with his Dad that he ran away from home. Sergio went after him, insisting on the idea, and was finally able to convince him.
With the help of his wife, children and various people from the community, he set up the workshop. He asked his neighbours to donate disused bicycles so that the youngsters could repair them and then sell them. He set up a support group, a space where they could chat and make friends, as well teaching them new skills. Over time he also began providing training in carpentry, through which they learnt to make tables and chairs.
Many of these youngsters come from broken families, have had violent upbringings, or have lived on the streets. Sergio opened his house up to them and there set up the workshop, in the yard. He prepares them afternoon snacks, helps them with their schoolwork, and teaches them about work culture, but there are rules they must follow: in order to stay on the programme they must avoid conflicts with the law, they must stay in school, and they cannot fail to attend the training sessions he provides them.
In the first year of setting up the workshop, it demanded a lot of effort from him. He was confronted by threats and complaints, with some saying the workshop was illegal, that it wasn’t regulated. But he wanted to help these kids, and so he persevered on until he gained the support of the Tandil Municipality’s Secretariat for Citizen Protection and the No.18 Functional Training Unit. Some of the kids robbed on behalf of adults, and this also led to threats against Sergio. But he still didn’t give up.
The same kids that had previously met on street corners, exposed to situations in which they were highly vulnerable, fill the workshop, which now has its very own space away from Sergio’s home. Reports of conflict involving minors in the neighbourhood have decreased markedly.
Upon finishing work each day, Sergio dedicates his time to the communal bicycle and carpentry workshop, convinced that through his support he helps at-risk children, opening up new opportunities to them. In addition, he receives assistance from UNICEF and joined up with a group called Víctimas por la Paz (Victims for Peace), a space promoted by Asociación Pensamiento Penal (Penal Thinking Association), which brings together those who have suffered from varies levels of violence, and who, like Sergio, believe that the solution to conflicts of this nature doesn’t lie in tougher penal laws, restrictions on rights and freedoms, or indiscriminate imprisonment.